He
encontrado un agujero, donde cabe mi mano.
Vi cómo se
formaba con tantos insomnios y angustias.
Se puede
ver el cielo y contar las estrellas.
Entre más
pequeño el cuerpo, más grande el
agujero.
Hurgué
para ver qué encontraba por allí:
tal vez un
corazón, o algunas cartas con aroma.
Encontré
mariposas hechas polvo, otras agonizantes
esperando
salir con el centelleo
Escarbé
para localizar algún indicio de a quién esperaría:
ni un
retrato, solo un tronco con una imagen grabada, indescifrable.
Antes de
que desaparezca el cuerpo inerte, o que se lo trague el hoyo profundo,
pregunté
de qué se trataba el asunto:
el
orificio se alimentaba de desvelos, tristezas y soledades.
Y no se
saciaba con remordimientos o locura.
Se
apaciguaba, un tanto, con el corazón, único habitante intacto,
que se fue
quebrando de sus intentos
por
mantener unido al ente con su imaginación.
Me voy
antes de que me engulla,
y
encuentre un nuevo lugar para horadar
... o
conquistar la felicidad.